miércoles, 22 de mayo de 2013

Marqués de Sade


El genio de la fantasía sexual




Hubo un personaje en la Historia que “enseña” a los ilustrados del siglo XVIII una materia  que el “pudor” impedía mostrar, en toda su variedad de detalles, en la Enciclopedia: el sexo (como perversión). Este maestro del sexo se llamaba Marqués de Sade, un nombre que entra en la leyenda, a veces sórdida, por la costumbre que tenemos de relacionar directamente la Obra con el Autor. Nace en 1740 y fallece en 1814. Entre esas fechas, 26 años de encierro por diferentes motivos, en una época donde ser noble en Francia era lo más peligroso que te podía suceder.


La biografía del Marqués de Sade es tan extensa que me resulta difícil elegir un período de tiempo o sintetizar algo su vida. Así que hablaré con conocimiento de causa, cual es la lectura de una de sus obras más conocida: Los 120 días de Sodoma.


Si alguien lee esta obra y piensa que el Autor solía leer obras de Rousseau, Cervantes, Holbach, Voltaire, Boccaccio, Petrarca y de decenas de maestros de los clásicos de la literatura y el pensamiento, llegará a la conclusión (al menos es mi caso) de que estamos hablando del precursor o el “anticipador” de las ideas de Nietzsche, las teorías de Freud y que incluso explora el camino que lleva a Goya y a otros artistas y dramaturgos hacia el surrealismo.


Los 120 días de Sodoma es una obra que indaga en lo más profundo de nuestro ser. De sade desnuda literalmente a sus personajes insuflándoles de Poder cuando no lo poseen materialmente y viceversa, asciende al mendigo hasta lo más alto por el mero hecho de ser bello, y al viejo y decrépito millonario lo sodomiza, en una caricatura del ser humano que roza el hiperrealismo.


Mediante su historia, recorremos toda una galería de perversiones, algunas veces con crueldad, otras con una naturalidad sexual latente, casi romántica, estremeciendo al lector por la brutal descripción de las escenas, muchas veces superior a nuestra imaginación.


Nadie en la historia, ni siquiera en el siglo XXI ha dominado, como este pensador, tales profundidades del yo y del subconsciente colectivo. No murió de una indigestión de langostinos, murió de viejo y agotamiento, y escribió porque, al igual que su ídolo Cervantes, no tenía nada mejor que hacer en esos 26 años de encierro, incluida la Bastilla.

Sin duda fue el “Padre del erotismo moderno”, pero también de la pornografía en toda la amplitud de sentidos. Su mayor ilusión era llevar a la práctica sus perversiones, sin duda, pero tuvo que conformarse con escribirlas tras imaginarlas en sus sucesivas celdas, esperando a Madam Guillotine.

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